Del Eco-ser y otras Expansiones

Adrián Villaseñor Galarza

Caminando por la ciudad me doy cuenta de los habituales limites de mi percepción; rara vez viajan mas allá del reino de lo humano. Con esfuerzos doy cabida y gracias a los incontables seres que sacrifican sus cuerpos para alimentarme y darme la oportunidad de escribir estas palabras. Mi mente y sus parloteos tienen principalmente un punto básico de necesidad y referencia: “el yo.” Por naturaleza este “yo” quiere y desea su perpetuación y subsistencia con frecuencia a costa del bienestar del “otro.” Desde este punto de vista antropocentrista (el yo es razón y medida de todo), inconscientemente me atrapo a mi mismo por que la sociedad así me invita a hacerlo. Al fin y al cabo, así lo hace mi vecino. El aislamiento, sin embargo, no es sano ni sustentable. Esto es, no me lleva ni a mi prosperidad, ni a la de futuras generaciones, ni mucho menos a la subsistencia de otras especies. Hago un esfuerzo. Me desplazo y reúno el coraje para lanzarme mas allá de mis limites. ¿Qué es lo que descubro? Seres, totalidades, descanso, bienestar.


Al identificarnos con totalidades mas allá de nuestra habitual y estrecha visión, experimentamos un estado que el filósofo noruego Arne Naess llamó el “ser-ecológico.” Experimentar y ejercitar el derecho de “ser-ecológico” nos ayuda a relacionarnos de una manera más armoniosa con el entorno ya que “nuestro sentido de compasión e incumbencia incluye al reino humano, pero se expande mas allá, englobando todo el ámbito del mundo mas-que-humano.”[1] La belleza de este gran salto es que rápidamente e irónicamente nos muestra la naturaleza loable del ser humano—su capacidad de ir mas allá del yo y el gozo inherente que ahí habita. En un solo movimiento, el crónico aislamiento en el que vivo cae por los suelos. Como bien dijo la microbióloga Lynn Margulis, “…[la] independencia es un termino político, no científico.”[2]

El concepto del “ser-ecológico” nos extiende la mano y nos ayuda en la búsqueda de maneras de ser menos neuróticas, mas abarcantes y tolerantes. Nos invita a honrar el principio de interdependencia y encontrar maneras menos dañinas de relacionarnos con nuestro entorno. Esta visión se adscribe a una filosofía conocida como ecología profunda.

La diferencia entre ecología “profunda” y la ecología con la que la mayoría de nosotros estamos familiarizados o ecología “superficial” es que ésta ultima se centra únicamente en los intereses humanos. Percibe al humano separado de la naturaleza y por encima de ella y designa solo un valor utilitario al mundo natural. Por el contrario, la ecología profunda no separa al humano de la naturaleza sino que lo concibe como un componente más de la red de la vida.

La ecología profunda reconoce que toda expresión de vida tiene un valor intrínseco que es independiente al valor que pudiera suponer al humano. Toda expresión de vida, por el simple hecho de ser, es valiosa mas allá de lo que pudiéramos imaginar. Una bacteria flotando en los aires, un elefante tomándose un baño, un sapo y su rítmico croar y un humano, gozan de la capacidad de estar consciente de ser. Este conocimiento dista de ser algo común ya que se contrapone con ideas fuertemente arraigadas en nuestra cultura. Sin embargo, tiene el potencial de reforzar nuestro ético caminar por la Tierra y de regresarnos un sentido de asombro y reverencia, aun mientras caminamos cuadra abajo en la ciudad.


Ahora invito al limite de mi percepción que se muestre y que me muestre los seres que allí habitan. Conscientemente, me expando en múltiples direcciones y platico con los que allí me encuentro, humanos y mas que humanos. Algo extraño sucede. Al escaparme de mí mismo me encuentro y me siento mas pleno y con mayor facilidad de movimiento. Encuentro consejo y pertenencia. Lo que en otrora para mi y mi sociedad era el borde de la locura, ahora es el comienzo de la sanidad. Cuando el yo afloja el otro expande y sonríe.


[1] Harding, S. 2001. Earth system science and gaian science. Proceedings of the international school on earth and planetary sciences, University of Siena, p. 231.

[2] Margulis, L. & Sagan, D. 1995. What is life? California University Press. p. 26

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